Es crucial que los árabes tomen nota de lo que ha revelado lo acontecido en Ucrania. Rusia, esa supuesta poderosa superpotencia, no ha podido controlar los acontecimientos políticos en su propia puerta, en un país que en gran medida forma parte de su tradicional esfera de influencia.
En cierta retórica árabe Rusia es mencionada a menudo como alternativa a Estados Unidos como principal aliado, suministrador de armas, garante, fuerza estabilizadora y nueva potencia regional entre quienes, por lo que sea, están hartos de los estadounidenses. Hay quienes hablan mucho de “buscar alternativas”. Si se les insiste, la primera alternativa que suele mencionarse es Rusia.
Pero si Rusia no ha logrado ejercer su voluntad política al otro lado de la frontera, en Ucrania, ¿cómo puede nadie esperar que juegue un papel decisivo en Oriente Medio? ¿Cree alguien, realmente, que Rusia tiene capacidad para ejercer poder, por ejemplo, en la región del Golfo? La antaño poderosa flota soviética ha dado paso a una Marina rusa que cuenta sólo con un único portaaviones, bastante decrépito.
Por no mencionar que la mayoría de los principales aliados árabes de Estados Unidos tienensistemas de armamento y estructuras militares constituidos, en buena medida, por productos, servicios y tecnología norteamericanos. No es sólo que, en general, sean superiores; cambiar de proveedor llevaría años y costaría muchísimo dinero.
Eso no quiere decir que Rusia sea completamente ineficaz en Oriente Medio, por supuesto. Al contrario, ha elegido cuidadosamente qué batalla librar, y ha sido terriblemente eficaz en un meticuloso proyecto: su decidida campaña para mantener y proteger a toda costa la brutaldictadura de Bashar al Asad en Siria.
Mientras sus clientes caían en Kiev, los diplomáticos del Kremlin hacían horas extra en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para diluir la resolución sobre “ayuda humanitaria”aprobada el pasado fin de semana. Tras haberse opuesto durante mucho tiempo a numerosos borradores de dicha resolución, los rusos afirmaron estar encantados de votar por la versión que, finalmente, fue aprobada. Claro que lo estaban. Pone al mismo nivel, en lo moral y en la práctica, al régimen y a la oposición en lo relativo a los obstáculos para distribuir ayuda humanitaria, lo que se aleja por completo de la realidad: el Gobierno sirio es mucho más culpable que los grupos de la oposición. Y, de forma crucial, elude cualquier mención a repercusiones si una o varias de las partes en conflicto siguen obstaculizando la ayuda humanitaria, la evacuación de civiles y otros imperativos éticos fundamentales semejantes.
Así pues, es una resolución de buena voluntad generalizada, ineficaz y en buena medida carente de sentido, que no tendrá impacto alguno porque todo el que está violando los derechos de la gente corriente de Siria y atacando a los civiles al negarles alimentos, medicinas y ayuda humanitaria, y no permitiéndoles abandonar las zonas de combate seguirá haciéndolo sin miedo a ser interrumpido o a consecuencia alguna. Y la principal fuerza que está haciéndolo (y que, por tanto, seguirá con esas prácticas bárbaras, que, de ser necesario, incrementará) es el régimen de Damasco.
Asad no tiene motivos para temer a semejante palabrería hueca, porque sus aliados de Hezbolá, de Irán y, sobre todo, de Moscú, están comprometidos con la defensa de su régimen. No cabe en la cabeza que cualquier árabe que afirme sentirse moralmente indignado ante lo brutal de la dictadura de Damasco pueda considerar a Rusia, su principal valedor, un potencial aliado.
Por tanto, la idea de una nueva entente ruso-árabe tiene deficiencias prácticas y resulta moralmente indefendible. Rusia no puede suministrar a los árabes las armas que necesitan, salvo en el limitado caso de Asad, precisamente. Y el papel que está desempeñando en Siria debería hacer que los rusos fueran inaceptables como posibles aliados de los árabes, incluso aunque pudieran serlo.
Todo lo que se dice de que la vieja alianza entre Estados Unidos y sus principales aliados árabes está agonizando o a las puertas de la muerte no sólo resulta exagerado: es insensato e irresponsable. Los norteamericanos y los países árabes aún se necesitan mutuamente tanto como antes, si no más.
Del mismo modo que Rusia no puede suministrar a los árabes lo que éstos necesitan, pese a las esperanzas de algunos, Irán no puede ofrecer a los norteamericanos, ni al resto del mundo, las bases para un acuerdo que asegure la seguridad del Golfo (por mencionar sólo el aspecto más importante).
Los estados árabes podrán seguir flirteando con Rusia, y los norteamericanos con Irán. Pero el gran divorcio entre los árabes y Estados Unidos es, simplemente, imposible para ambas partes. Ambos pueden creer que el otro “les ha engañado”, pero sigue habiendo, metafóricamente hablando, una casa, hijos y mascotas de los que cuidar. Las alternativas para ambos no pueden satisfacer sus respectivas necesidades básicas.
El matrimonio que es la alianza estratégica entre Estados Unidos y los árabes seguirá adelante porque, más bien antes que después, ambos llegarán a la conclusión de que cualquier alternativa es menos atractiva y satisfactoria que lo que ambos han construido juntos durante décadas.